viernes, 20 de febrero de 2009

Las buenas intenciones y el camino al infierno

Cuando supe que el gobierno expulsó del país al obispo Williamson, luego de que éste relativizara el holocausto y negara la existencia de las cámaras de gas, tuve sentimientos encontrados como judío, como argentino y como liberal. Llegar a la conclusión de que el Poder Ejecutivo cometió un grave error, fue difícil.
Para analizar este asunto tenemos que hacer un ejercicio mental e imaginar que el gobierno actuó de buena fe sin querer congraciarse con nadie al promulgar esta inusual resolución. No es fácil pero es vital para abordar el debate necesario respecto a este tema.
En Alemania, como en otros países, negar el holocausto es delito. Lo cierto es que desde que está prohibido manifestarse en contra de la existencia de este innegable hecho histórico documentado, se multiplicaron las voces que consiguieron una nueva excusa para defender lo indefendible y encontrar conspiradores con la misma facilidad que el socialismo, nacionalista o clasista, de izquierda o derecha, encuentra chivos expiatorios para justificar todos los males habidos y por haber.
Como fracasó la finalidad de los campos de concentración del nazismo y el marxismo, fracasaron los controles de precios en ambos regimenes (y en los sucesivos). Hay cosas que los gobernantes no pueden hacer por más que lo intenten, como por ejemplo desterrar una idea por más terrible y agraviante que sea y por más buenas que sean las intenciones.
No es fácil defender la libertad de expresión cuando el censurado es alguien que no sería democrático con el prójimo al encontrarse en una situación de poder. Es complicado escuchar hablar de democracia en nuestro país a los defensores de la dictadura cubana, como también puede resultar contradictorio ver en el cuarto oscuro las boletas de un partido minoritario que revindica la guerra sucia llevada a cabo por la última dictadura militar. Esto, que probablemente sea una tarea complicada para muchos de nosotros, tiene que ser obligación para los que nos gobiernan. Es su deber constitucional.
Por más que cause rechazo una opinión, los abusos a los derechos humanos tienen muchas más posibilidades de florecer en una sociedad que acepta que un gobierno puede censurar un pensamiento o echar a una persona por la manifestación de los mismos. Si los representantes políticos, supongamos que bien intencionados, logran legalizar la prohibición de las ideas, probablemente sus representados aprendan a vivir más acostumbrados de que éstos tienen derecho a hacerlo. Ese sin dudas ese es el escenario más peligroso para la libertad.
A pesar de que cuesta respetar a un personaje como Williamson, siempre el abuso y la violación a los derechos humanos va a encontrar una sociedad civil más fortalecida, abierta y tolerante si en sus costumbres está grabada la idea de que los gobernantes tienen prohibido prohibir una idea. En ese caso la libertad de unos estará garantizada por la libertad de otros y las manos de los políticos estarán más atadas para intentar avanzar por sobre los individuos.
La responsabilidad de la iglesia es diferente. Si una institución religiosa acepta en su seno pastores, cuya negación del holocausto refleja un antisemitismo visceral, deberá hacerse cargo del juicio general de las mayorías laicas en el mundo que rechazan plenamente las atrocidades de los nazis que tuvieron lugar hace poco más de medio siglo.