martes, 9 de agosto de 2011

¿El problema son los preservativos o el Estado?


El debate acerca del proyecto de María José Lubertino sobre educación sexual y el uso del preservativo en la escuela primaria nuevamente trajo aparejada la discusión sobre qué debe ser objeto de estudio en las escuelas y que no.

La opinión pública se encuentra otra vez de testigo ante los cruces de los políticos, quienes intentan imponer su visión de la realidad y modelo educativo según sus ideologías, religiones, intereses y circunstancias políticas. Un ejemplo de esto fue el debate de la impulsora del proyecto con la diputada nacional Cinthya Hotton.

El progresismo forzado de Lubertino discutía con la opinión conservadora de Hotton, mientras que lo que estaba en juego no era nada más ni nada menos que la educación de todos los argentinos, herramienta fundamental para la libertad de las personas y el desarrollo de la república.

Estos dilemas no son nuevos. Es común ver al comienzo cada año lectivo que se discuten en la política temas repetidos como los reglamentos de comportamiento, los modelos estructurales escolares, la vigencia de las amonestaciones en los secundarios, la cantidad de materias que los alumnos pueden tener previas y otros asuntos.

Como cada uno de nosotros tiene diferentes opiniones, es justo reconocer que cada uno tiene un modelo educativo en la cabeza. Sobre todo los que tenemos opiniones políticas. Es imposible e indeseado que todos los argentinos pensemos igual, tenemos diferentes valores y está bien que así sea.

La pregunta que debemos hacernos es si un grupo de legisladores, aunque sean electos democráticamente, tienen la potestad para regular la educación de las personas y dictar los contenidos de estudio, como si estuvieran asignando los recursos públicos a la hora de tapar un bache o dar un aumento docente.

Karl Popper y sus ideas sobre la sociedad abierta nos demuestran que las teorías que subyacen al conocimiento son refutables y viven en constante superación. ¿No sería lo mejor para la educación asumir que nadie tiene razón, que pensamos diferente, y que puede estar sometida al proceso de prueba y error? Si dejamos ese proceso a merced del Estado, el modelo único sin competencia simultánea, la imposición de valores determinados y las reacciones siempre tardías, el tiempo puede seguir haciendo estragos en la educación de los jóvenes.

Una buena propuesta en este sentido sería la eliminación de los contenidos educativos por parte del Estado. Si las escuelas, en convivencia y discusión con los padres que las elijen, pudieran determinar estos asuntos, los debates como los de Lubertino y Hotton serían sólo un triste recuerdo de un modelo de imposición gubernamental.

La diversidad de los ciudadanos, familias, profesores y autoridades escolares en libertad pueden llegar a definir diferentes modelos para que los padres puedan elegir donde quieren que sus hijos sean educados. Esto no solamente traería más libertad y reduciría el nivel de imposición, sino que con el paso del tiempo aparecerán, producto de la misma libertad, nuevos modelos, probablemente que hoy no imaginamos, pero que pueden ser mucho más satisfactorios, democráticos y eficientes.