miércoles, 21 de octubre de 2009
La moral, la experiencia y el aprendizaje
Existen acuerdos sobre las cosas que están “bien” y “mal” al momento de relacionarnos en sociedad. Partiendo de la base en que sabemos que no nos gustaría que nos hagan determinada cosa sabemos que es lo que desearíamos recibir del prójimo y por lo tanto que tendríamos que ofrecer si queremos obrar correctamente.
Ahora, a grandes rasgos y llevado casi a un extremo, hay imperativos generales que todos condenamos o abrazamos. A la gran mayoría de nosotros nos despiertan sentimientos similares ya sea por un lado un homicida o por otro un héroe que arriesga su vida para salvar al prójimo. Pero cuando ponemos un poco más la lupa sobre los comportamientos y las relaciones humanas seguimos distinguiendo “en teoría” el bien del mal, pero en situaciones menos dramáticas aparecen los grises.
A nadie le gustaría que lo maten, tampoco que le mientan, sin embargo a pesar de que la gran mayoría no podría matar a otra persona, todos en algún momento de la vida dejamos la verdad de lado para afrontar una situación determinada. Al ser concientes de esta situación, y si queremos ser honestos intelectualmente, tenemos que reconocer que no nos manejamos persiguiendo el bien como valor moral objetivo, sino que aceptamos un equilibrio que determina hasta que punto nuestra conciencia nos permite obrar “no bien”, por no decir directamente mal.
Esa conciencia vive y se desarrolla junto al individuo y a pesar que reaccione con mayor o menor énfasis ante determinadas circunstancias a lo largo de la vida de éste, lo acompaña desde el principio hasta el final. Los parámetros de la conciencia sí están sujetos a la experiencia y esto hace que un individuo modifique su conducta ante la escala de grises del comportamiento moral.
Cuando modificamos recién un comportamiento que sabíamos de ante mano que podría no ser el más optimo éticamente al ser sufrido en carne propia, nuestra nueva valoración moral - y por lo tanto el más virtuoso accionar- de ahí en más puede venir de la mano con una lección que minimice el sentimiento de culpa por la hipocresía: la oportunidad de aprender de esa experiencia para analizar si todavía nosotros podemos seguir dañando con nuestro comportamiento en esa escala de grises que va entre lo que está bien y lo que está mal. Por lo tanto podemos decir que el bien está ahí y tiene un valor objetivo y que la experiencia –y sus interpretaciones- a veces puede servir como vehículo conductor que nos transporta hacia un mayor virtuosismo y a la ética. Eso sí, el pasaje no es gratis y puede que tampoco sea sencillo. Llegar cuesta aprender a perdonar y a perdonarse.
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