Nuevamente, ante la posibilidad de que un grupo de empleados estatales pierda el empleo, los conflictos gremiales, los paros y las manifestaciones parecen revivir, aunque en menor escala, las protestas que tuvieron lugar ante privatizaciones como la de YPF.
Como bien afirmó Ludwig von Mises en su obra Burocracia hay una gran diferencia entre el empleado del sector privado respecto al del público. Por un lado, en las empresas, el fin a perseguir es el lucro, las mayores ganancias con los menores costos posibles. Esto no quiere decir que un empresario no quiera contratar gente y dar trabajo, todo lo contrario, pero lo hará siempre y cuando le represente mayores retribuciones. ¿Qué propietario de una empresa no quisiera ser el dueño de una multinacional con un millón de trabajadores? Ninguno. Por su parte, el empleado público, aunque también necesario, no pertenece a una organización que tenga como fin multiplicar sus ganancias, por lo que tampoco sus contratantes están pendientes ni de la eficiencia ni del gasto. Aquí es cuando los puestos de trabajo se multiplican más allá de las necesidades reales.
Cuando una empresa que pertenecía al Estado pasa a manos privadas se modifica su finalidad. A partir de ese momento el único fin es conseguir ganancias por lo que el personal se ve afectado por el más brutal proceso de “sinceramiento”. Los puestos que sirven se mantienen, los que están de más se suprimen. Este fenómeno pinta como los malos de la película a los que vendieron y a los que compraron, dejando impunes a los verdaderos responsables: los que contrataron gente que no era necesaria con dinero de los contribuyentes. Probablemente algún lector me recrimine que es “malvado” catalogar de puestos innecesarios a lo que puede ser el sustento de una familia. A ellos les respondo: ¿Ustedes estarían dispuestos a contratar el doble de personas de las que necesitan para su negocio con el fin de dar trabajo? Si alguien estaría dispuesto a hacer semejante tontería acabaría dejando sin el sustento a los empleados que necesitaba, a los que no y a su propia familia ya que iría derecho a la quiebra.
Volviendo a Mises, y para no herir susceptibilidades, no se trata de personas, sino de sistemas. El motor de la economía es el sector privado y su crecimiento inevitablemente vendrá de la mano de una mejora en la calidad de vida de las personas. Si bien el sector público es necesario, tiene que estar reducido exclusivamente al marco de sus necesidades puntuales. La idea de que el personal del gobierno porteño se renueve con el cambio de representantes parece ser una buena en esta dirección.
viernes, 4 de enero de 2008
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1 comentario:
Comparto tu opinión, pero mi pregunta es: ¿PRO tiene autoridad moral para despedir empleados públicos, cuando en la Legislatura también ubicó a unos cuantos ñoquis durante todos estos años? Porque la cuestión importante es reducir el gasto público, y no el de cambiar empleados antimacristas por empleados macristas.
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