El pensamiento liberal fue sin duda víctima de un ataque retórico, el cual nunca recibió una respuesta acorde a la intensidad del cuestionamiento. Si miramos la historia argentina encontramos a simple vista que cuando el ideario de la libertad fue puesto en marcha, el nacimiento de una verdadera república se posicionó entre las diez primeras potencias mundiales.
Luego de cuarenta años de estatismo conservador, radical, peronista y militar, los enormes endeudamientos del proceso militar del 76 y de la década del 90 aparecen ante parte de la opinión pública como el fracaso del llamado “neoliberalismo”.
El hecho que semejante mentira no se discuta en lo más mínimo y sea asimilada por completo por una nueva generación que dará los votantes y representantes del mañana tiene dos responsables. Por un lado, los mentirosos, de los cuales no podemos esperar nada ya que conocemos sus intenciones antagónicas a la libertad. Del otro, los cobardes, de este grupo sí tenemos que preocuparnos.
Hoy puede leerse en los apuntes con los que estudian los chicos del secundario y la universidad que el Proceso de Reorganización Nacional fue un golpe militar que traía exclusivamente la intención de instaurar un plan económico para empobrecer al país. Sería absurdo que alguien se anime a buscar una conexión en el ámbito político del gobierno militar con el liberalismo, ya que la idea de un golpe es escandalosamente contraria a la libertad misma, a pesar de estar respaldada por la mayoría de la sociedad del momento, hija del mismo paternalismo político-estatista conservador, radical, peronista y militar del que antes hice mención. Ni hablar de la desaparición de personas, ya sean subversivas, inocentes, patriotas o guerrilleras. Entonces los cañones discursivos apuntaron al “plan” económico y al pasivo en el exterior que enfrentó el país. Durante este período el endeudamiento en su mayoría fue producto de préstamos que se hicieron al exterior desde las empresas estatales, con fines particulares y con el guiño de miembros del gobierno y de grupos privados, cuyas deudas fueron licuadas posteriormente desde el Ministerio de Economía, no desde el ente abstracto llamado “capitalismo salvaje”, pasando a ser parte de la deuda pública y violando antes que nada los derechos de propiedad de la mayoría de los argentinos. Podría enumerar como anécdota también el aseguro que le brindaba el Estado a las empresas amigas contratadas para las obras públicas, que por ley nunca podrían hacer un mal negocio ya que serían recompensadas económicamente por los militares por el servicio patriótico que brindaban al construir nuestro país… ¿Leyes de mercado o los inicios del modelo de Kirchner y De Vido?
Luego vino Alfonsín que dejó el gobierno con una galopante hiperinflación. El caudillo radical denunció un “golpe de mercado” y abandonó antes el poder. Yo me pregunto: ¿En el caso de que diez supermercados tengan una actitud golpista y suban mucho más los precios por sobre sus ganancias, no perderían lugar ante otros comerciantes que los puedan bajar, ya que tendrían margen de ganancia, y que acapararían el mercado? Sería una pregunta interesante para hacerle al actual Presidente que adjudica sus problemas a los mismos demonios, si aceptara entrevistas, claro está.
Después vino Menem que ató el peso al dólar, medida que sinceró nuestra economía, ya que el hecho de no poder imprimir billetes a gusto y necesidad del corto plazo, nos iba a mostrar que prolijos y autosuficientes éramos económicamente. La demagogia no tuvo fin: los gastos deficientes del Estado y la corrupción se financiaron con préstamos en el exterior. Nuevamente la deuda se incrementó y no justamente por culpa del liberalismo económico, todo lo contrario, sino del estatismo todopoderoso que puede burlar los presupuestos, cuyo único fin es autoabastecerse para permanecer en el poder el mayor tiempo posible. ¿Hace falta hablar de la ampliación de la Corte, las privatizaciones como la de los teléfonos que se hicieron sin lugar a la competencia o de las actitudes los gobernadores de Buenos Aires y Santa Cruz, que luego se transformaron en los mayores críticos de la década?
Ante la deformación histórica muchos intelectuales, políticos y periodistas que la saben interpretar guardan el más cómplice de los silencios. En lo personal tomé conciencia que tengo que ser un militante full time cuando un chico de clase media alta, universitario, preparado, no dependiente de la ayuda estatal, me dijo que nunca votaría a un liberal porque entonces estaría de acuerdo con la continuidad del sistema en que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres…A pesar de que nosotros no somos los que mentimos… ¿Tenemos algo de culpa? ¿Podríamos hacer algo más al respecto?
Hay que asumir que somos minoría, que el futuro como se perfila no es alentador, que a la mayoría no le interesa la política y que tenemos por delante un trabajo revolucionario. Las trincheras serán cada charla de café, las discusiones, las reuniones con amigos, los debates universitarios, el ámbito laboral y hasta la mesa familiar donde se dejó de hablar de política.
Recuperemos la militancia de las ideas porque es una batalla que podemos perder o ganar, pero nunca abandonar. Al menos los que no estamos dispuestos a preparar las valijas.
Artículo publicado en Atlas 1853
jueves, 3 de enero de 2008
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